Si practicas poco en cualquier disciplina, nunca estarás entre los mejores del mundo. Pero si te excedes, hay más posibilidades de que sufras una lesión, cometas errores, te agotes mentalmente o te quemes. En una maratón, no llega antes quien inicia la carrera con mayor velocidad, sino quien es capaz de mantener un ritmo ágil pero constante durante un periodo prolongado.
El camino hacia la excelencia en cualquier área depende de encontrar ese equilibrio entre una práctica deliberada y una pausa consciente que permita desarrollar al máximo el potencial del individuo.
Alex Soojung-Kim Pang, en su libro Descansa, explora cómo el descanso profundo —no solo dormir, sino también el ocio creativo, la desconexión y una estructura de tiempo equilibrada— es clave para una vida más productiva y satisfactoria. El autor expone cómo las personas más efectivas y creativas trabajan en bloques de alta concentración combinados con pausas reales de descanso, y no en jornadas eternas. Son sesiones cortas pero frecuentes, de entre ochenta y noventa minutos, con recesos de media hora entre ellas. Darwin trabajaba cuatro horas al día de forma intensa con descansos. Jefferson se reservaba cuatro horas para lectura intensiva. Gabriel García Márquez escribía cinco horas al día, y Ernest Hemingway comenzaba temprano su escritura, pero antes del mediodía ya había terminado.
El filósofo danés Søren Kierkegaard comentó: “Mis mejores pensamientos los he tenido mientras andaba”. Es curioso, pero después de periodos de trabajo intenso, las mejores soluciones suelen emerger cuando la mente se libera de la concentración y deja que el inconsciente trabaje sin atención directa.
Estudios muestran que caminar estimula la creatividad, siempre que se haga con regularidad. Es una forma de descanso mental. Werner Heisenberg descubrió el principio de la incertidumbre durante un paseo nocturno por Copenhague. James Watson y Francis Crick, co-descubridores de la estructura del ADN, solían pasear juntos después del almuerzo en Cambridge.
Algunos consideran que dormir es una pérdida de tiempo, cuando en realidad es durmiendo bien como logramos rendir de forma sostenida durante la jornada. Si el sueño no fuera realmente necesario para el organismo, la naturaleza no lo habría priorizado de tal forma. Dormimos casi un tercio de la vida: esa es la mayor prueba de su valor.
Como decía Allan Rechtschaffen: “Si dormir no desempeña alguna función vital, es el mayor error que la evolución ha cometido jamás”.
Dormir es un proceso de reparación biológica. Estimula la creación de células, la eliminación de toxinas y la consolidación de la memoria. La privación del sueño afecta al sistema inmunitario y reduce la capacidad del cuerpo para responder ante infecciones. Además, ciertos estudios científicos señalan una relación directa entre la falta de sueño y el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas como la demencia.
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