¿Te sucede algunas veces que te propones iniciar una actividad como estudiar o empezar a escribir, y unas horas más tarde descubres que viste todos los videos sobre gatos o hiciste scroll en redes sociales durante horas, pero no avanzaste nada en tus objetivos?
¿Todo empezó con “solo cinco minutos”, ¿no?
Podríamos definir la procrastinación como el acto consciente de postergar una acción que nos habíamos propuesto realizar. Algunos lo interpretan como una falta de esfuerzo o de voluntad, pero en realidad tiene matices distintos. El perezoso no tiene interés en realizar la acción; a menudo se siente empujado por la presión externa a hacer cosas que preferiría evitar. En cambio, el procrastinador sí tiene un objetivo que quiere lograr y es consciente de las acciones que debe llevar a cabo para alcanzarlo, aunque eso le genere sentimientos de malestar y ansiedad. Nuestro cerebro tiende a evitar lo que genera incomodidad emocional, buscando el alivio inmediato. Sin embargo, a diferencia del perezoso, el procrastinador vive una lucha interna entre el deseo de alcanzar sus metas y el impulso de aplazar las conductas que lo acercan a ellas.
Por qué nos ponemos trampas en el camino hacia nuestras metas? Existen distintos factores psicológicos que nos empujan a posponer las acciones, pero todos tienen en común un intento de la mente por esquivar las emociones desagradables. Eso tiene que ver con nuestro sistema de recompensa: nuestro cerebro tiende a preferir gratificaciones inmediatas, como una notificación en redes sociales, antes que el esfuerzo a largo plazo.
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