¿Te ha pasado alguna vez que quieres empezar algo nuevo —comer mejor, entrenar, meditar— y al poco tiempo lo dejas? No eres el único. Nuestro cerebro funciona con un sistema de recompensas, y eso explica por qué a veces abandonamos tan rápido.
Cada vez que haces algo que te genera bienestar, tu cerebro libera dopamina, una sustancia que produce sensación de satisfacción. Esa sensación es la que tu cerebro quiere repetir. Por eso, cuando una acción va acompañada de una recompensa clara (como entrenar y luego sentirte con más energía), es más fácil convertirla en hábito.
Algunas personas se motivan solo con el hecho de avanzar. Otras, en cambio, necesitan ver resultados más rápidos o recibir pequeños premios para no tirar la toalla. No hay una forma correcta. Cada uno tiene su propio sistema de motivación, y entenderlo es clave para mantener hábitos en el tiempo.
Algunos logran sostener hábitos incluso sin ver recompensas inmediatas. Quizá desarrollaron más tolerancia a la frustración porque crecieron en entornos donde se valoraba el esfuerzo sostenido. Otros, por su historia o simplemente por su forma de ser, necesitan más estructura o estímulos externos para mantenerse constantes. Estas diferencias ya se observan desde pequeños, como mostró el famoso experimento de marshmallow de Walter Mischel en la Universidad de Stanford.
No se trata de compararte con los demás, sino de identificar cómo funcionas tú. Si conoces qué te motiva y qué te frena, puedes empezar a construir hábitos más realistas, sostenibles y adaptados a tu forma de ser.
"Cada acción que realizas es un voto por el tipo de persona en la que deseas convertirte"
-James Clear
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